Era bastante extraño. Desde aquella fiesta de hace una semana, a la que, para ser sincera, había invitado a demasiada gente, Muffin, mi gata habitualmente tan limpia y disciplinada, parecía haber perdido el control de su vejiga. Las primeras señales fueron sutiles: un charquito por aquí, una mancha húmeda por allá. Pero pronto me di cuenta de que algo iba mal. Muffin llevaba tiempo estresada, porque Garfield, el gato del vecino, había adquirido la costumbre de sentarse en el alféizar de nuestra ventana, justo delante de la nariz de Muffin. Desde la fiesta, este estrés parecía estar afectando aún más a Muffin. Una visita a nuestro veterinario y unos cuantos exámenes más tarde, estaba claro: Muffin tenía cistitis idiopática, causada por el estrés.